un lugar pequeño lleno de mesas, dos faroles rojos con flecos dorados cuelgan del toldo sobre la puerta y la fila, formada por al menos 20 personas, se extiende desde una ventana que mira desde la cocina al comedor.
Verduras salteadas solas o con carne, acompañadas inevitablemente con una porción de arroz es el menú. Si no se le hace un gesto al cocinero, de marcado acento peruano, para que no sirva más, es capaz de llenar el plato primero con arroz y luego con las verduras hasta que se desborda.
Ella, a un costado de la ventana que da a la cocina tras una especie de mesón alto cobra y reparte recibos, mientras que a su lado uno de los ayudantes de la cocina, también peruano, sirve vasos de alguna bebida gaseosa.
El, solo mira desde una silla lateral y sonríe amablemente sin mirar a nadie, mientras el ambiente se inunda de sonidos suaves, algo tristes…sonidos diferentes.
De vez en cuando voy a comer ese lugar sin ningún lujo, limpio pero de mesa con manteles de tela algo envejecidos y cubiertos por un vidrio y sillas metálicas, más bien pobre y gastado. Ellos saludan con una leve inclinación de cabeza y sonríen acogedoramente cuando los miro. En general la gente no los mira. Los comensales, como la mayoría de comensales de este país, no miran a nadie, sólo al suelo o al frente sin fijar la mirada en nada y se dirigen a la ventana de la cocina con una bandeja en la que han acomodado un plato, un vaso.
Ella habla un poco más de castellano y hace cuentas a la perfección, en cambio él si es que conoce diez palabras es mucho, lo sé, una tarde pasé por ahí y le dirigí la palabra y sólo sonrió, ante mi insistencia levantó la voz y la llamó a ella, que estaba en la cocina, para que me atienda.
Cuando la fila ya se alarga por la vereda y las mesas están todas llenas, él se levanta y se acomoda cerca a donde su mujer cobra por la comida y con una delicadeza extrema toma el arco y toca el Gaohu (violín chino de tono alto y mas pequeño que el erhu ) que siempre tiene entre sus manos. Este es un pequeño instrumento con una caja de resonancia cuyo frente tiene piel de serpiente, un brazo vertical de bambú, dos clavijas y dos cuerdas y un arco que se desliza entre las cuerdas. El instrumento emite un sonido parecido al de un violín pero triste y el, con la música que suena de fondo lo hace sonar dulcemente mientras cierra los ojos y sonríe (lo imagino recordando a su hijo que vive en Suecia dedicado a la física).
No es puede ser mejor motivo para ir a ese lugar.